Empezamos este texto con esta frase, que parece el fin de la historia. Lo cierto es que con la llegada de Bastián finalizó una etapa y comenzó una vida nueva. La etapa que finalizó fue la espera, años de espera la que intentamos tener un hijo o hija que no llegaba. Luego de un tiempo sin buenos resultados, decidimos comenzar un tratamiento de fertilización asistida, la que rápidamente se transformó en un procedimiento tedioso e impersonal, coronado tristemente por el fracaso y la frustración mes a mes. Los tratamientos eran en el mismo piso de neonatología, lo que nos tenía en permanente contacto con madres embarazadas y bebés recién nacidos, todo alrededor era ilusión y felicidad, pero en nuestro interior se comenzaba a extinguir dolorosamente la esperanza de ser padres. Sin darnos cuenta nos comenzamos a distanciar como pareja, y seguíamos obedientemente las instrucciones médicas que anunciaban una posible fertilización in vitro. Todo lo que vivíamos nos era ajeno y frío.
Llegó el verano de 2014 y decidimos poner pausa al proceso de fertilización, hacer un retiro y pensar, regresar al “aquí y ahora”, contemplar nuestras vidas, estar en silencio… juntos. Fue así como una tarde, mientras caminábamos por el pueblito de Rari surgió la idea de la adopción. Habíamos conversado recién con una anciana tejedora de crin, una brujita con tremenda capacidad de amar, vivía sola en una casa antigua y gigante, con un gran jardín al que cuidaba con devoción. Nos hablaba de sus hijos ya adultos, historias que nos contaba con la emoción de quién abre el cofre de un tesoro. Salimos de su casa más unidos de cómo llegamos, con un deseo infinito de retomar las riendas de nuestra vida en pareja, para construir juntos esta historia como padres. Fuimos a comer algo y conversamos, comenzamos a fantasear sobre cómo sería nuestro hijo o hija, qué edad tendría al llegar… nos volvimos a llenar de ilusión y nos sentimos inmediatamente padres cuando caímos en cuenta de que posiblemente nuestro hijo o hija ya hubiera nacido. Otra historia comenzaba a tejerse y nosotros no sabíamos donde estaba, cómo era, qué edad y sexo tenía, pero teníamos la seguridad de que ya, de alguna forma era nuestro hijo o hija y nosotros éramos sus padres.
Una de las primeras cosas que hicimos al regresar a Santiago fue averiguar el procedimiento de adopción y conocer las instituciones que participaban en el sistema. Contactamos a tres instituciones, siempre con la claridad de que debía ser nuestro “guía” en un entorno cálido y cercano, durante un proceso que podíamos imaginar no sería fácil ni llano. No somos católicos y necesitábamos un cobijo y acompañamiento laico y abierto, sin prejuicios y con un enfoque concentrado en el bienestar del niño y no solo en nuestra situación legal matrimonial o religiosa. Es así como llegamos a Fundación Mi Casa, asistimos a una charla introductoria y comenzamos el proceso. No entraremos en los detalles de las distintas etapas de evaluación y formación que recibimos en la fundación, resumiremos comentando que fue un período difícil y luminoso, en donde nos desintoxicamos de las penas y hormonas que se apoderaron de nuestra vida durante el proceso de fertilización asistida, y nos comenzamos a alimentar de una nueva energía, una ilusión y una certeza maravillosa de que poco a poco iba adquiriendo nombre, cara, vida y expresión. Una personita en algún lugar del mundo, que nos buscaba de las misma forma en que nosotros la buscábamos a ella, nuestro hijo, estaba cerca.
Y llenos de esa energía comenzamos a prepararnos, armamos su pieza, leímos libros de experiencias de padres adoptivos, imaginamos las situaciones difíciles que deberíamos afrontar en la vida con un hijo adoptivo y como pareja siendo padres, y siendo “pareja”.
A finales de octubre de 2015 recibimos la esperada llamada,un niño de 5 meses y medio nos esperaba, lo conoceríamos en pocos días y pronto estaría en casa con nosotros. El proceso desde que nos contaron de su existencia y el permiso legal para poder llevarlo a casa se hizo eterno, pero maravilloso, y una de las etapas más felices de nuestras vidas. Fue como un largo proceso de preparto, estábamos entonces en las puertas del permiso de cuidado personal de nuestro hijo, pero juntos los dos por igual, viviendo las contracciones emocionales de esta experiencia única.
Evidentemente nuestra vida cambió por completo desde el día en que llegó a casa, por fin pudimos mirarnos a los ojos, conocer su voz, su carácter, hacerlo dormir y verlo crecer. Su nombre es Bastián y tardó bastante poco en adoptarnos como padres, su presencia es enérgica y su deseo de vivir profundamente la vida se nota en cada contacto, minuto a minuto, en cada experiencia. Tiene la mirada intensa, cuando nosotros vamos, pareciera que él ya viene de vuelta, aprende rápidamente y disfruta mucho cada cosa nueva o conocer personas, ama su casa, su pieza, sus gatos, nos busca y nos llama papá y mamá. Él nos sabe sus padres, y eso, es lo más hermoso que cualquier padre y madre adoptivo puede sentir.
A casi 6 meses de la llegada de nuestro hijo, estamos a días de ir al Tribunal que esperamos ratifique la adopción definitiva, momento en el que podremos inscribir su nombre con nuestros apellidos. Comenzamos a vivir un nuevo capítulo y queremos que esté bordado de detalles, como un tejido en crin hecho por las brujitas de Rari. Queremos seguir contando esta historia con brillo en los ojos y que la memoria que ahora estamos construyendo sea nuestro tesoro, el de nuestro hijo y una poesía de vida que otros futuros padres puedan hacer suya.
Un abrazo,
Leonardo Fontecilla y Soledad Poirot